martes, 7 de julio de 2015

Sentí una extraña melancolía al despertar. Algo parecido a la tristeza que siente el niño que nunca supo de su padre. Corrí velozmente hacia el bosque, necesitaba perderme y desaparecer por un instante en su espesura. Solo quería estar sola donde nadie me pudiera encontrar para descansar mi malestar y purificar mi alma. Observaba la arboleda, el vaivén de los arboles con el viento, respiraba y expiraba con ellos. Me sentí libre y me pregunte si es posible odiar y amar a la vez algo que te hace sentir única y rechazada.



domingo, 5 de julio de 2015

La silla desde la cual mi madre miraba por la ventana se encontraba vacía. Seguramente habría salido a comprar el pan y volvería cargada de fresones y moras. Para mi era de esas personas que se sacrificaban por los demás y en el fondo la admiraba por ello, pese a que ella no lo supiera. Aquella mañana fui yo quien ocupo su silla. En cuanto me senté apoye los pies en el marco de la ventana inclinando me ligeramente y dirigí mi mirada hacia el cielo. El viento desplazaba lentamente las nubes que ocultaban al sol y jugaban con sus rayos creando un juego de luces que observaba absorta mientras dejaba consumir mi cigarro. En ese momento me sentí llena de dicha y de paz, y pensé como algo tan simple me podía hacer feliz.